verdadera devosion ala santisima virgen maria

Un tesoro todavía oculto
EL TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
Rosa C. Elena Nougué

 No parece mera coincidencia: un año antes de que Pío IX promulgase el dogma de la Inmaculada Concepción, reconocía, por decreto de 12 de mayo de 1853, la autenticidad y la pureza doctrinal de un extraordinario escrito que había estado oculto durante 130 años: el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, obra profética, la más importante de San, Luis María Grignion de Montfort, apóstol que la Providencia suscitaría para combatir el jansenismo y revelar la especial presencia de María en los últimos tiempos; para descubrir, con una profundidad teológica no superada, el misterio -los misterios- de su Santa Madre y una fórmula de eficacia única para consagrarse enteramente a Nuestro Señor a través de Ella. 

¿POR QUÉ OCULTO? 

Era el 22 de abril del año 1842. Uno de los sacerdotes de La Compañía de María, congregación fundada por San Luis Mª Grignion de Montfort, el Padre Pedro Rautureau, descubre el manus­crito del Tratado de la verdadera de­voción a la Santísima Virgen, en la casa madre de Sannt-Laurent-sur-Sévre. El superior general, Padre Dalin, a quien se le presenta el manuscrito, reconoce inmediatamente el texto como del San­to. El mismo Padre Dalin había estudia­do y conocía bien todos los escritos au­tógrafos de San Luis Mª. Una comisión dirigida por el obispo de Luçon estudia también el texto y declara bajo juramen­to que se trata de una obra de puño y letra del "Apóstol del Rosario", como se llamaba a San Luis María, y remite el manuscrito a Roma. Once años des­pués, Pío IX confirma la autenticidad y la autoría del manuscrito, y promulga el decreto que establecía que todos los escritos del Santo estaban exentos de cualquier error que impidiese su cano­nización. San Luis Mª, además, en su Tratado, sostenía el dogma de la Inma­culada -más de un siglo antes de su promulgación- en pasajes que no pasa­rían inadvertidos para el Santo Padre: "María es la vía Inmaculada [...]. No hay noche en María, porque no ha habido en Ella pecado, ni aun la menor som­bra. María es un lugar santo y el Santo de los santos, donde los santos son for­mados y moldeados".

El Tratado se convertiría en blanco de persecuciones por revelar la más alta doctrina sobre la Santísima Virgen y el método de consagración que San Luis Mª elaboraba y que daría durante gene­raciones frutos extraordinarios.

Lo más sorprendente era que el mis­mo manuscrito profetizaba la persecu­ción de la obra y su casi desaparición, al mismo tiempo que vaticinaba el que habría de ser un incansable odio contra el Santo. Todo se cumplía: "Preveo mu­chas bestias convulsas que vienen fu­riosas para desgarrar con sus dientes diabólicos este pequeño escrito y a aquel de quien el Espíritu Santo se ha servido para escribirlo, o por lo menos para en­volverlo en las tinieblas y el silencio de un cofre, a fin de que no aparezca".

San Luis Mª -a quien intentaron ase­sinar- y la Compañía de María sufrie­ron terribles ataques: tiempo de janse­nismo, tiempo de iluminismo, tiempo que engendraría a la Revolución francesa. Por su contenido, el manuscrito de San Luis Mª había de ser objeto principal­mente del odio del demonio, no pudien­do, sin embargo, soterrarlo para siem­pre. Fue guardado, como aquellas imá­genes que en España se protegían den­tro de los muros a causa de la invasión musulmana, durante las agitaciones ne­fastas de la Revolución. En 1791 y tal como profetizaba el Santo, fue puesto en una caja y ocultado en un campo. Después, vuelto a la casa madre de la Compañía, quedó confundido con otras obras en su biblioteca.

El Tratado se publicó inmediatamen­te después de su hallazgo, y, aunque re­corrió el mundo, paradójicamente, po­demos decir que es un escrito no sufi­cientemente conocido, no suficientemen­te apreciado. Es la más grande obra de un santo y una de las obras más gran­des que ha dado la Cristiandad, y como la misma María (por su densísima rique­za, por el desvelar de verdades que no podían no ser fruto de la inspiración es­pecial del Espíritu Santo, y el poder - "un secreto de devoción", como lo lla­ma el Santo- de la fórmula consagra­toria, llave de una "mayor perfección"), es una obra enorme y escondida, que sólo parece comenzar' a justipreciarse después de varias lecturas, como han confesado muchos de sus más santos admiradores. Y no porque su lenguaje sea difícil: precisamente por lo contra­rio, libro que, estando dirigido a los "pe­queños, a los humildes, a los pobres" y no a los sabios del siglo, llenos de una falsa sabiduría que despreciaba la pie­dad del humilde, tiene aquella transpa­rencia, aquella sencillez, aquella exacti­tud y profundidad evangélicas, que obli­gan a releer, degustar, meditar sin tér­mino, sin agotar nunca su contenido. Como el lenguaje bíblico, es poético y todas sus comparaciones e imágenes son eficaces. Había sido, no en vano, libro de cabecera de aquel santo de origen pobre, sencillo, que, no obstante, hizo la definición más lúcida de la más sutil y espinosa de las herejías: el modernismo. Pues, la admiración que le dedicaba San Pío X al Tratado es consecuencia de que, cuando Dios quiere hacer grandes santos, los hace muy devotos de la San­tísima Virgen, como decía San Luis Mª. Y así como antes se "separaría la luz de sol, el calor del fuego, que Jesús de María", antes se separaría la luz del sol que la santidad de la devoción a la Vir­gen, como demostrará el Santo. En fin, como de María -y por ser Ella aquí más conocida en su insondable misterio que en otros muchos textos-, nunca diremos bastante sobre este "pequeño" libro.

RAÍCES DE UNA HEREJÍA

Para comprender la época en que San Luis Mª y su obra son perseguidos,. y la importancia de su Tratado, remontémonos al año aciago de 1521 en que Lutero expone sus 95 tesis ante el emperador Carlos V Entonces, el nie­to de los Reyes Católicos, con sólo 21 años, redacta un documento notable en que declara hereje a Lutero: "O Lutero está equivocado [dice] o lo están mil y más años de Cristiandad. Me quedo con los mil y más años de la Cristiandad".

A pesar de los esfuerzos del empe­rador, muy rápidamente se extiende el protestantismo por Europa. Bien puede decirse que el protestantismo se hizo desde el vaciamiento, se hizo fe seca y una religión del despojo; quitó en vez de dar, y pretendiendo "podar" el árbol vivo de la fe católica se convirtió en sólo madera. Donde la Iglesia Católica era pródiga: en los sacramentos, en el per­manente auxilio e intercesión de la San­tísima Virgen y los santos, la iglesia pro­testante era avara. La negación del culto a la Santísima Virgen, que sobre todo desde el Concilio de Éfeso se había ex­tendido en el orbe católico, culminaría en las blasfemias y doctrina antimariana, particularmente de Lutero. Éste como Calvino y sus seguidores llamaron "ido­latría" a la devoción a la Madre de Dios.

Inglaterra no tarda en seguir la Re­forma protestante, Francisco I amena­za también con una iglesia nacional, Calvino hace desde Ginebra un foco poderoso de su herejía. La facilidad con que se propagaba la doctrina de Lutero demostraba por lo menos el debilita­miento que el Humanismo había produ­cido aun dentro de la Iglesia y que pre­paraba el terreno para las herejías.

Al sur de Alemania, región que per­maneció fiel a Roma, comienzan a le­vantarse por todas partes imágenes de la Santísima Virgen. Ella, que antes no tenía necesidad de defenderse ni osten­tarse, se eleva en las hornacinas que abundan en todas las encrucijadas de pueblos y ciudades. El arte católico se levanta en nombre de María, y durante los siglos XVI y XVII se le tributan magníficos frescos, bellísimas imágenes que reflejan cada uno de sus títulos, muchos de los cuales, con el tiempo, se harían dogmas de fe.

Es España, no obstante, la que se ha­ce adalid de la Contrarreforma. Desde hacía siglos venía enarbolando la ban­dera de Nuestra Señora para distinguir­se de la Media Luna; ahora, otra vez, ése era su signo singularizante. Nación y devoción mariana se hacían una mis­ma cosa. El arte, la literatura se hace mariana por excelencia. (No es extraño que el mismo Cer­vantes escriba un capítulo ex­traordinario en su Quijote - capítulo autobiográfico- que se convierte en símbolo de ese binomio: España-María.) Ma­ría-España es la patria que se hace la representación y la for­taleza de la catolicidad. Los je­suitas, muy particularmente, se transforman en promotores de la Contrarreforma, y de ellos sería discípulo el mismo San Luis María.

Pero, a pesar de las antor­chas que se encienden aquí y allá, la herejía se desparrama y toma gran parte de Europa. Prueba del daño que el protes­tantismo había hecho aun en­tre católicos es que, en 1571, la única nación -exceptuando los Estados venecianos y ponti­ficios- que lucha en Lepanto es España. "En la lucha con­tra el turco [dice Menéndez Pelayo] España bajó sola a la arena."

Los siglos XVII-XVIII se distinguirían, como diría San Luis Mª, por los "espíritus críticos", espíritus ensoberbecidos, como el de Lutero. En El amor de la Sabiduría Eterna San Luis se refiere con profunda clarividen­cia a estos espíritus "sabios". Creemos que vale la pena la transcripción de estos párrafos:

"Esta sabiduría del mundo es una perfecta con­formidad con las máximas y los modales del mun­do; es una tendencia permanente a la grandeza y la estima; es una búsqueda constante y secreta del propio placer e interés, no en la forma burda y estri­dente con la cual se admitiría algún pecado escan­daloso, sino de manera fina, embaucadora y políti­ca. De lo contrario, para el mundo ya no sería sabi­duría, sino libertinaje [...1. El sabio del mundo es un hombre que sabe muy bien hacer sus negocios y conseguir que todo redunde en su propio beneficio temporal casi sin aparentar desearlo; que conoce el arte de disimular y engañar con astucia sin que los demás lo adviertan; que dice o hace una cosa y piensa otra; que nada ignora de los coniportamien­tos y formalidades del mundo; que sabe adaptarse a todos para lograr sus propios fines; sin preocu­parse demasiado del honor y el interés de Dios; que establece un acuerdo secreto, pero funesto, entre la verdad y la mentira, entre el Evangelio y el mundo, entre la virtud y el pecado, entre Jesucristo y Satanás; que quiere pasar por honestó (honnéte homme), pero no observante (dévot); que despre­cia, envenena o condena con facilidad todas las prácticas piadosas que no se acomodan con las suyas.

"En suma, el sabio del mundo es un hombre que, procediendo únicamente a la luz de los senti­dos y la razón humana, no procura sino cubrirse de apariencias cristianas y honestidad (d'honnéte homme), sin afanarse mucho por agradar a Dios y expiar con la penitencia los pecados cometidos con­tra su Divina Majestad.

"La conducta de este sabio del mundo se basa en el pundonor, en el `qué dirán', en la moda, la buena mesa, el interés, el darse importancia y el ingenio. Son éstos los siete motivos de acción que considera no culpables y en los cuales se apoya para llevar una vida tranquila. Y hay siete virtudes en particular que lo hacen ser canonizado por los mundanos: el valor, la finura, la diplomacia, el tino (le savoir-faire), la galantería, la cortesía y la joviali­dad. Le parecen, en cambio, pecados enormes la insensibilidad, la estupidez, la pobreza, la tosque­dad y la santurronería.

"Jamás el mundo ha estado tan corrompido como hoy, ya que nunca ha sido tan fino, tan sabio a su manera y tan político. Utiliza muy hábilmente la verdad para inspirar la mentira, la virtud para auto­rizar el pecado, las máximas mismas de Jesucris­to para legitimar las propias, para engañar a me­nudo a los sabios inspirados en Dios".

El iluminismo que se desarrollaría en la época de San Luis y que se había ali­mentado también del hombre rena­centista-clase de "hombre sabio", como describe arriba el Santo- desemboca en la Revolución francesa. La Razón se hace la medida de to­das las cosas. El deís­mo prolifera como una especie de protestan­tismo: la razón crítica, sin leyes, sin dogma, sin teología, sin Santí­sima Virgen, es decir: un Dios independiente, que no obliga pero que no ama, incapaz de ser conocido, un arquitec­to que ha ordenado un mundo que mira de le­jos.

El estado espiritual de Europa, como pue­de observarse, es cal­do de cultivo para todo tipo de herejías. Una muy peligrosa se le­vanta en la misma Igle­sia Católica, en la épo­ca de San Luis María, peligrosa además por­que tuvo insignes seguidores como un Pascal, por ejemplo. Era el jansenismo, herejía de prolonga­dos efectos, emparentada con el pro­testantismo, enemiga en el fondo de los sacramentos y muy particularmente de la Santísima Virgen. Surgió en Francia -su iniciador fue el obispo Jansenio- y tuvo adeptos en la jerarquía de la Igle­sia. Para los protestantes y jansenistas, la Santísima Virgen era todo escollo ante la doctrina de la predestinación y para la doctrina del "peca fuertemente". ¿Abogada Nuestra, Madre de Miseri cordia, Mediadora ante nuestro Mediador Jesucristo, Correden­tora? Eran títulos que no se conciliaban con el falso "cristocen­trismo" de los siglos XVI y XVII, eran títu­los que contradecían de arriba abajo toda la doctrina herética. La predestinación hacía evidentemente innece­saria la intervención de Nuestra Señora, aun como medio de llevar a cabo esa misma pre­destinación.

Pero incluso entre católicos se leían obras como las de un Adam Widenfelt, que querían demoler la devoción mariana y que hicieron su efecto. Uno de los títulos habla por sí solo: Monita Salutaria B. V. Mariae ad cultores suos indiscretos. Los "devo­tos indiscretos" eran simplemente los devotos, los que la veneraban sencilla­mente. Durante esta época prolifera una literatura panfletaria, antimariana, pero, afortunadamente, Roma siempre condena esos textos. Para estos autores había poco menos que medir con "cen­tímetro" la intensidad de la piedad, la intensidad del amor a la Madre de Dios (¿había amado con un amor contenido Nuestro Señor a su Madre?). El resul­tado era evidente: ni piedad ni amor a la Santísima Virgen.

Finalmente, protestantismo y janse­nismo trabajaban para ir empequeñe­ciendo cada vez más a Dios, un Dios a la medida de los deseos humanos, rele­gando la misión de la Virgen a un tiem­po y un lugar determinados. Este Dios que había sido despojado de todo, con relación a la misión de la Santísima Vir­gen no era menos pobre: Ella había sido sólo un instrumento limitado: en el tiem­po, no proyectándose más allá de su vida sobre la tierra, y en el alcance de su acción no teniendo un carácter univer­sal y permanente (ser Madre del Hom­bre-Dios era apenas un hecho que se consumía con su muerte). Por eso San Luis Mª insistirá tanto, a lo largo de su Tratado, en que la misión de María se prolonga en el tiempo y en la eternidad, y que ahora es tan Madre de Jesús como en la Encarnación, que por Ella Él entró en el mundo y que por Ella Él reinará en él, que la salvación comenzó por Ella y que la consumación de los tiempos está igualmente ligada a Ella. Ella es la "Puerta Oriental por la que el Sumo Sa­cerdote Jesucristo entra y sale en el mundo. Entró la primera vez por Ella y por Ella vendrá la segunda". Que el po­der intercesor de la Santísima Virgen, dado por el mismo Dios, ha venido sien­do ejercido sin pausa hasta nuestros días y llegará hasta el triunfo de su Corazón Inmaculado y el final de los tiempos. El protestantismo, avaro donde Dios es generoso, le niega a Ella cualquier ca­pacidad que se salga de su casa en Nazaret, y hace mezquino a Dios mis­mo, quien da el ciento por uno, y que, cómo no, había de ensalzarla, agrade­cerle, y hacerla brillar por encima de los santos y los ángeles. Con razón ha di­cho Chesterton que, si algo lo convirtió definitivamente al catolicismo, fue la declaración de un protestante que creía era una blasfemia la frase de un autor católico: "Todas las criaturas están en deuda con Dios, pero hay una con quien, en cierto modo, es Dios quien está en deuda: su Santa Madre".

EL NUEVO ELÍAS

Pero donde abunda el pecado, sobre­abunda la gracia. Dios tenía reservado al que había de ser el gran apóstol de la Santísima Virgen, un nuevo Elías, como lo llama el padre Faber: San Luis María Grignion de Montfort. Lo que lo distin­guiría de los otros autores y doctores que escribían sobre la Santísima Virgen era, teológicamente, la profundidad con que explica la relación de la Santísima Trinidad y Nuestra Señora, y la calidad profética de su obra: él ve la hora de María, ve la hora de los últimos santos formados en Ella, vislumbra la que se­ría la "segunda venida" de la Madre de Dios para que así se produjese la de su Hijo. Lo distinguirá también su fórmula de consagración mariana, tan atacada por el demonio y sus seguidores, fór­mula destinada a producir santos y sal­var muchísimas almas. Era pues la mis­ma Francia donde se incubaban here­jías más sutiles la que había de engen­drar aquella clase de solitarios -como San Vicente de Paul- capaces de com­pensar con toda su energía y santidad a mil herejes.

San Luis María nació en Montfort el 31 de enero de 1673. Era el hijo mayor de ocho hermanos, y desde muy peque­ño se consagró a la Santísima Virgen. Pasaba horas arrobado frente a sus imá­genes. A la edad de 20 años pide a su padre dejarlo entrar en el famoso Semi­nario de San Sulpicio en París, pues quie­re ser sacerdote. Ya por el camino ha­cia París, se revela el amor de San Luis Mª con los pobres: encontrándose con dos mendigos, a uno le da todo su dine­ro y al otro su traje.

En el seminario se destacaría espe­cialmente por su piedad a la Santísima Virgen. Su oficio, siendo seminarista, de bibliotecario y de velador de muertos le da la oportunidad de conocer todos los textos que se habían escrito sobre Ma­ría -él mismo confiesa en el Tratado su conocimiento exhaustivo de lo escri­to sobre Ella-, y lo ponen siempre ante el destino eterno haciéndolo reflexionar sobre el aprovechamiento de nuestra vida. En el seminario sufrirá el despre­cio de superiores y compañeros. Des­pués de sacerdote -año 1700- se le nie­ga durante bastante tiempo el apostola­do, la confesión, la prédica. Su devo­ción mariana es objeto de persecución desde entonces. Por fin, en 1706, des­pués de llegar hasta Roma, yendo a pie y como mendigo, buscando la bendición del Santo Padre, es nombrado por Cle­mente XI misionero apostólico, con pre­rrogativa para predicar libremente en toda Francia. San Luis M ª , otro San Antonio, recorre innumerables pueblos y ciudades, convierte multitudes. Predi­ca incansablemente sobre la Santísima Virgen, amonestando seguramente a los sacerdotes a no dejar de nombrar a la Madre de Dios en todos y cada uno de sus sermones. Porque Ella es, si podía expresarse así, más actual y más nece­saria que nunca Porque era su hora, o porque su hora comenzaba y Dios que­ría darla, más todavía, al mundo hasta que brillase su vestidura de sol y su co­rona de doce estrellas.

La devoción mariana de San Luis Mª y la doctrina que expone en sus escritos serían el vaso comunicante entre la Tra­dición de los Santos Padres de la Igle­sia, de los grandes santos medievales que ya habían alabado a María, y el tiem­po por excelencia de la Santísima Vir­gen, el tiempo de una misión más acti­va, que vendría revelándose en apari­ciones cada vez más frecuentes. Como el arte primitivo cristiano, primero de lí­neas más simples, la doctrina católica, y especialmente la devoción y la doctri­na sobre María, se iría abriendo poco a poco, la flor más secreta, néctar desco­nocido, la Rosa Mística de Dios, que Él quería hacer más espléndida al final de los tiempos. San Luis Mª, a través de sus varios textos sobre la Virgen, y muy particularmente en el Tratado, revela una forma nueva de esclavitud mariana: "La práctica que quiero descubrir es uno de esos secretos de gracia, desconoci­do para un gran número de cristianos, conocido por pocos devotos y gustado por un mucho más pequeño número". Toda su celestial doctrina parece nacer de una pura unción, de una pura ciencia no humana que enervaría a los seguido­res de las herejías. Y su vida, como sus escritos, fue una llama translúcida, con­sumida en el amor por Jesús-María. Además de combatir el jansenismo, San Luis Mª combate aquellos "doctos y sabios" que se erigen como espectado­res y críticos de los sencillos, incapaces de rezar una oración abrasada como la de los pequeños, indiferentes con la de­voción mariana como cosa de "mujer­cilla". Apóstol de la Cruz y del Rosario, también como San Vicente tuvo espe­cial caridad con los pobres, y, sobre todo, con los pobres pecadores. Se lo veía en suburbios y en todos los rincones de las ciudades. Fundó la Compañía de María de sacerdotes misioneros, pilar que jun­to a la Compañía de Jesús dio abun­dantísimos frutos. Fundó también la con­gregación de las Hijas de la Sabiduría, que se dedicaron a catequizar a los ni­ños.

Se lo intentó asesinar por lo menos en dos ocasiones: una de ellas, en la que se lo quería envenenar con una taza de caldo, marcó definitivamente su salud ya mermada por la fatiga y el trabajo. Murió el 28 de abril de 1716, a la edad de 43 años. Fue beatificado por León XIII, en 1888, y canonizado, en 1947, por Pío XII, quien declaraba: "Sus libros son de enseñanza ardiente, sólida, au­téntica". Dejaba un conjunto de obras extraordinarias, casi todas destinadas a descubrir los tesoros de la Santísima Virgen; las más importantes son: su Tra­ tado, El amor a la Sabiduría Eterna, El secreto de María, La carta circu­lar a los amigos de la Cruz, El secre­to admirable del Santísimo Rosario, Métodos para recitar el Rosario. Pue­den destacarse también entre sus es­critos los opúsculos para las misiones, el Libro de los sermones y un grupo muy importante de poesías y cánticos, muchos dedicados a Nuestra Señora.

EL TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN 

Como se dijo, es la obra central de San Luis Mª, y sólo ésta tuvo que ser escondida. La escribió en el año 1712, y, como decía el Padre W. Faber, en 1862, "hay en el libro un no sé qué de inspirado y sobrenatural que va siem­pre en aumento a medida que profundi­zamos en su estudio. No se puede dejar de experimentar, después de leerlo re­petidas veces, que en él la novedad pa­rece nunca envejecer, la plenitud nunca disminuir, el fuego sensible de su unción nunca disiparse ni debilitarse". Y advier­te: "Con una sola lectura del libro no se podrá comprender a fondo". Hay muy especialmente en esta obra, y de ahí su máxima unción, un descubrir la vinculación entre cada persona de la Santísima Trinidad y la Virgen, misterio de miste­rios, semejante al de la relación que exis­te entre las personas divinas. Dios atra­jo a María, por una gracia singular, ha­cia el seno mismo de su misterio, a "Ella sola ha dado las llaves de la bodega del Amor Divino". Y es la misma Santísi­ma Trinidad, según enseña el Santo, la que nos insta, tal como obró con María -"dependiendo" de Ella para consumar la Redención-, a depender de Ella: "El Padre no ha dado ni da a su Hijo sino por Ella, no comunica sus gracias sino por ella. Dios Hijo no ha sido formado para todo el mundo en general sino por Ella, no es formado todos los días y en­gendrado sino por Ella, en unión con el Espíritu Santo, y no comunica sus gra­cias sino por Ella. El Espíritu Santo no ha formado a Jesucristo sino por Ella, no forma los miembros del Cuerpo Mís­tico sino por Ella, y no dispensa sus do­nes y favores sino por Ella. Después de tantos y tan apremiantes ejemplos de la Santísima Trinidad, ¿podemos, sin una extrema ceguera, prescindir de María, y no consagrarnos a Ella y depender de Ella para ir a Dios y sacrificarnos por el?".

La riquísima densidad de esta obra hace casi imposible resumirla: cada fra­se encierra un cúmulo de preciosidades, cada una es de por sí una especie de cofre que hay que abrir. Por eso, sólo podemos contentarnos aquí con entre­sacar algunos párrafos. Culmina el Tra­tado, después de un escalar misterio sobre misterio, verdad sobre verdad, perla sobre perla, con la consagración a Jesús por María, y una "oración abra­sada" de la que dice el mismo P. Faber: "Será difícil encontrar, después de las epístolas de los apóstoles, palabras tan ardientes como las doce páginas de su `Plegaria' por los misioneros de su Com­pañía".

El Tratado, por una parte, venía a derrumbar las herejías y el indiferentis­mo de los propios católicos con la San­tísima Virgen. Por otra, el libro consti­tuye, por su carácter profético y por su hondísima doctrina teológica, como de­cíamos, un puente que enlaza todo lo escrito sobre la Santísima Virgen y, an­ticipándola, la presencia y la mediación de Nuestra Señora en nuestros tiempos. Es por ello quizá la obra más importan­te sobre la Santísima Virgen: como síntesis perfecta de toda la doctrina sobre Ella y como visión y preparación para Su triunfo. Y estaría dirigido especial­mente a los humildes en la Francia de la Diosa Razón a que nos referimos: "Si yo hablase a los espíritus fuertes de este tiempo, probaría todo lo que digo sim­plemente, con mayor extensión, por la Sagrada Escritura, los Santos Padres, de quienes citaría los pasajes en latín [...], pero como hablo a los pobres y sencillos que, siendo de buena voluntad y teniendo más fe que el común de los sabios, creen más simplemente y con más mérito, me contento con declarar­les sencillamente la verdad". Su lenguaje tantas veces poético ilustra extraordi­nariamente las verdades que describe: así María, por ejemplo, es la que logra hacer aparecer ante Dios nuestras exi­guas obras con los adornos que Ella maternalmente elabora para hacerlas más importantes, como si presentase a Dios una pobre manzana pero en ban­deja de oro; o Ella es la que puede ha­cer de las cruces para sus devotos como nueces confitadas; Ella transforma nues­tro pobre barro en oro. Dándonos a María, dirá San Luis M ª , y dándole en calidad de esclavos nuestras pobres cosas, Ella sabrá convertirlas, aderezar­las, presentarlas casi como lo que no son. Sería imposible transcribir la abun­dancia de imágenes de San Luis M ª , y, posiblemente, uno de los capítulos más bellos del Tratado es el paralelo que hace entre Jacob y el devoto de María, Rebeca y María. La Santísima Virgen tiene un oficio y una habilidad que Dios le dio, y que sobrepuja, que embiste, que descalabra el oficio y la habilidad del Malo. San Luis Ma muestra, a lo largo y ancho de su obra, lo dilatado, lo amplio del camino que es María, donde se con­sigue la verdadera libertad interior y donde el alma se expande como en nin­gún otro lugar.

MARÍA, ECO DE DIOS

El título del Tratado indica que, aun­que exista devoción a Nuestra Señora, es, en ocasiones, falsa o languideciente. San Luis Mª dedica muchas páginas a descubrir los falsos devotos y los ver­daderos.

Entre aquéllos están muy particular­mente los "devotos críticos", que creen que honrando a la Madre se deshonra al Hijo. Visión estrecha -aunque ella misma se dice inteligente- que separa a la Madre del Hijo burdamente. Uno de los párrafos más hermosos, de los muchos que se refieren a esta indisolu­ble unidad Jesús-María, del Tratado dice: "Tú nunca pensarás en María sin que María en tu lugar piense en Dios, porque nunca alabas ni honras a María sin que María contigo alabe a Dios. María es totalmente relativa a Dios, y yo la llamaría bien la relación de Dios, que no existe sino con relación a Dios; o el Eco de Dios, que no dice ni repite sino Dios. Si tú dices María, Ella dice Dios [...] cuando se la ama se la honra o se le da algo, Dios es alabado, Dios es honrado, Dios es amado, se da a Dios por María y en María".

La verdadera devoción, aunque es esencialmente interior y no sólo de ac­tos aislados de amor, sino de un estado, estado de unión intima con María, re­quiere también actos "externos". Para ser devoto de María es necesario, dice el San­to: "1) Estar en una sincera resolución de evitar por lo menos todo pecado mor­tal, que ultraja a la Madre tanto como al Hijo. 2) Hacerse violencia para evitar el pecado. 3) Ingresar en alguna cofra­día, recitar la corona, el santo rosario u otras oraciones, ayunar el sábado, etc.". "Persuadíos [dice en otra parte] de que cuanto más miréis a María en vuestras oraciones, contemplaciones, acciones y sufrimientos, si no con vista distinta y advertida al menos con una general e imperceptible, más perfectamente en­contraréis a Jesucristo, que siempre está con María, grande, poderosa, operante e incomprensible, y más que en el cielo y en criatura alguna del universo."

La absoluta necesidad de la oración, y de la oración vocal, principalmente del Rosario, se manifestaba en aquellas tre­mendas palabras dichas por la misma María, según cuenta San Luis Mª: "He aquí lo que la Santísima Virgen reveló al Beato Alano de la Roche, como se indica en su libro De Dignitate Rosarii, y después por Cartagena: `Sabe hijo mío, y hazlo conocer a todos, que una señal probable y próxima de condenación eter­na es tener una aversión, tibieza, negli­gencia en decir la Salutación Angélica, que ha reparado a todo el mundo"'. Y agrega el Santo contundentemente: "No poseo secreto mejor para saber si una persona es de Dios que examinar si ama rezar el Ave María y el Rosario". En otra parte diría, refiriéndose a la exce­lencia del Ave María: "Habiendo co­menzado [Dios] la salvación del mundo por el Ave María, la salvación de cada uno en particular está vinculada a esta misma plegaria [...] esta misma oración bien rezada es la que debe hacer ger­minar en nuestras almas la palabra de Dios y dar el fruto de vida, Jesucristo".

CUANDO EL ESPÍRITU SANTO ENCUENTRA A SU ESPOSA EN UN ALMA SE HACE FECUNDO

Mucho insistirá San Luis Mª en que si Nuestro Señor no es bastante amado y conocido es porque su Madre no es bastante amada y conocida. Y se queja a Nuestro Señor de que sean los mis­mos católicos los que desconozcan real­mente y que no tributen a la Santísima Virgen la veneración que merece. "Aquí me vuelvo un momento hacia vos, ¡oh, mi amable Jesús!, para quejarme amo­rosamente a vuestra Divina Majestad de que la mayor parte de los cristianos, aun los más sabios, no conocen la vin­culación necesaria que existe entre Vos y vuestra Santa Madre [...]. Vos estáis, Señor, siempre con María y María está siempre con Vos y no puede estar sin Vos: de otra manera cesaría de ser lo que Ella es [...]". "Hablo a los cristia­nos católicos y aun a los doctores entre los católicos." La indiferencia para con María trae como consecuencia que "una de las grandes razones por qué el Espíritu Santo no hace ahora maravillas os­tensibles en las almas, es porque no en­cuentra en ellas bastante grande unión con su fiel e indisoluble Esposa". Y una de las afirmaciones más extraordinarias del Tratado referida a la vinculación necesaria entre la santidad y la devo­ción a María es la que sigue: "Dios Es­píritu Santo [...], no produciendo otra persona divina, se ha hecho fecundo por María, a quien ha desposado. Con Ella y en Ella y de Ella ha producido su obra maestra, que es un Dios hecho hombre, y produce todos los días hasta el fin del mundo a los predestinados y a los miem­bros del cuerpo de esta Cabeza adora­ble: por lo que, cuanto más encuentra Él a María, su querida e indisoluble es­posa, en un alma, tanto más se hace ope­rante y poderoso para producir a Jesu­cristo en esa alma y a esa alma en Je­sucristo [...]. Una de las razones por qué las almas no llegan a la plenitud de la edad de Jesucristo es porque María, tan Madre como siempre de Jesucristo y fecunda esposa del Espíritu Santo, no es suficientemente formada en los co­razones. Quien quiera tener el fruto bien maduro y bien formado debe tener el árbol que lo produce, quien quiera tener el fruto de la vida, Jesucristo, debe te­ner el árbol de la vida que es María".

Vemos como, a diferencia de las doctrinas o prácticas antimarianas que no saben ver la perpetuación en el tiem­po de la misión engendradora de María y la perpetuación en el tiempo de su unión de esposa con el Espíritu Santo, ni mucho menos la sublime y misteriosa relación entre Ella y la Santísima Trini­dad, San Luis Mª declara que el Espíri­tu Santo se hace siempre más fecundo donde esté la Santísima Virgen, su siem­ pre Esposa, a quien busca también en las almas: y vuelve a engendrar y vuel­ve a formar a Nuestro Señor Jesucristo en cada alma. Pero puede y quiere ha­cerlo a través de Ella.

LA IMITACIÓN DE CRISTO COMIENZA EN MARÍA

San Luis Mª dice, en otras palabras, que es necesario transitar por el mismo camino que ha transitado Dios mismo, que transitemos por María: es el verda­dero cimiento de la imitación de Cristo. "María es el grande y único molde de Dios propio para ser imágenes vivien­tes de Dios con poco gasto y en poco tiempo; y que un alma que encuentra ese molde y se pierde en él muy pronto es cambiada en Jesucristo, a quien este molde representa al natural. La Santísi­ma Virgen es el medio del cual se ha servido Nuestro Señor para venir a no­sotros, es también el medio del cual nos debemos servir para ir a Él [...]. San Agustín la llama Forma Dei [...]. Ella no es como las demás criaturas, las cua­les, si nosotros nos adherimos a ellas, podrían más bien alejarnos de Dios que acercarnos a Él; la más fuerte inclina­ción de María es unirnos a Jesucristo, su Hijo, y la más fuerte inclinación del Hijo es que vayamos a Él por su Santa Madre [.... ]." La devoción a María, además, es el camino más fácil y más perfecto para llegar a Nuestro Señor: "Veo a tantos y tantas devotas que bus­can a Jesucristo, unos por un camino y una práctica, otros por otra; y, a menu­do, después que han trabajado tanto por la noche, pueden decir: aunque haya­mos trabajado durante toda la noche, nada hemos conseguido. [...] Mas por el camino inmaculado de María y esta práctica divina que yo enseño, se traba­ja durante el día, se trabaja en un lugar santo, se trabaja poco". Y es el camino más perfecto para amar más a nuestro prójimo, pues dándole a Ella todo aque­llo que somos y nos pertenece, Ella dis­tribuye infinitamente mejor que noso­tros, especialmente en la conversión de los pecadores, todo lo que le ofrecemos.

San Luis Mª confiesa que, ante todo, hay un misterio en la elección divina de la Santísima Virgen, y como tal, no es posible su comprensión total -por no comprenderlo, éste como otros miste­rios, los herejes lo habían derribado-: "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el cora­zón del hombre comprendió la belleza, las grandezas y excelencias de María, el milagro de los milagros de la gracia, de la naturaleza y de la gloria. Si que­réis comprender a la Madre, dijo un san­to, comprended al Hijo: es digna Madre de Dios: Calle aquí toda lengua".

NECESIDAD DE MARÍA PARA LA SALVACIÓN

Afirma también el Santo que la San­tísima Virgen, aun siendo pura criatura y, entonces, comparada con Dios nada del todo, Dios ha querido comenzar y culminar sus más grandes obras por la Santísima Virgen. Ella es necesaria pa­ra nuestra salvación (palabras que fue­ron piedra de escándalo para los here­jes): con el sentir de los Santos Padres San Luis Mª declara que "la devoción a la Santísima Virgen es necesaria para la salvación, y que es señal infalible de reprobación [...] no tener estima y amor por la Santísima Virgen, y que, por el contrario, es una señal infalible de pre­destinación el permanecerle entera y verdaderamente consagrado a Ella". Ahora, no sólo es necesaria para la sal­vación, dirá, sino que lo es mucho más para los que están llamados a una per­fección particular: "Y no creo [palabras tremendas, otra piedra de escándalo para los herejes] que una persona pue­da adquirir una unión íntima con Nues­tro Señor y una perfecta fidelidad al Espíritu Santo sin una muy grande unión con la Santísima Virgen y una gran de­pendencia de su socorro". "El signo más infalible e indubitable para distinguir a un hereje, a un hombre de mala doctri­na, a un réprobo, de un predestinado, es que el hereje y el réprobo no tienen sino desprecio o indiferencia para la Santísima Virgen, tratando, por sus pa­labras y ejemplos, de disminuirle el cul­to y el amor, abierta u ocultamente, a veces con pretextos especiosos. ¡Ay! Dios Padre no ha dicho a María que haga morada en ellos, porque son Esaúes." Y más, categóricamente aña­de: "Quien no tiene a María por Madre no tiene a Dios por Padre".

LA SANTÍSIMA VIRGEN, UNA MISMA VOLUNTAD CON DIOS

Nuestra Señora refleja cada atribu­to de Dios mismo, y tal es su vincula­ción a Él, como Hija, Es­posa y Madre, que no hay criatura que trabaje con Él como lo hace Ella: "Lo que digo absolutamente de Je­sucristo lo digo relativa­mente de la Santísima Vir­gen, a quien Jesucristo, habiéndola elegido para compañera indisoluble de su vida, de su muerte, de su gloria y de su poder en el cielo y sobre la tierra, le ha dado por gracia, relati­vamente a su Majestad, todos los mismos derechos y privilegios que Él posee por naturaleza: todo lo que conviene a Dios por natu­raleza, conviene a María por gracia, dicen los san tos, de suerte que, según ellos, no te­niendo los dos sino la misma voluntad y el mismo poder, no tienen ambos sino los mismos súbditos, servidores y escla­vos".

A JESÚS POR MARÍA

A imitación de Dios mismo, la Igle­sia transita por la vía Inmaculada para amar más perfectamente a Nuestro Señor: "La Santa Iglesia, con el Espíritu Santo, bendice a María la primera y a Jesucristo el segundo. No porque la Santísima Virgen sea más que Jesucristo o igual a Él, lo cual sería una herejía in­tolerable; sino porque para bendecir más perfectamente a Jesucristo es menester antes bendecir a Ma­ría".

"Esta Sabiduría infinita [Dios Hijo], que tenía un deseo inmenso de glorifi­car a Dios su Padre y de salvar a los hombres, no ha encontrado medio más per­fecto y más corto para ha­cerlo qué someterse en todo a la Santísima Virgen, no sólo durante ocho, diez, quince primeros años de su vida, como los otros niños, sino durante treinta años; y ha dado más gloria a Dios su Padre durante todo ese tiempo de sumisión y de dependencia a la Santí­sima Virgen que la que hu­biera dado empleando es­tos treinta años en hacer prodigios, en predicar por toda la tierra, en convertir a todos los hombres; de otro modo, lo hubiera hecho. ¡Oh! ¡Oh! ¡Cuán alta­mente se glorifica a Dios sometiéndose a María a ejemplo de Jesús [...]. Te­niendo ante nuestros ojos un ejemplo tan apremiante y tan conocido de todo el mundo, ¿somos tan insensatos como para creer encontrar un medio más per­fecto y más corto para glorificar a Dios que el de someternos a María, a ejem­plo de su Hijo?"

¿SOMOS VERDADERAMENTE DEVOTOS DE MARÍA?

San Luis Mª, que ardía en deseos de comunicar la devoción a la Santísima Virgen y que esperaba que su Tratado pudiese, como efectivamente pudo en tantas almas, dar su fruto, insistiría en que, apenas aprovechamos la devoción a María, apenas nos damos a Ella, y por eso las cruces más pesadas, la tardan­za en santificarnos, la languidez de nues­tras obras y el obstaculizar permanen­temente la acción en nosotros del Espíri­tu Santo. Es imposible no detenerse y en­simismarse al leer estas palabras de San Luis Mª: "Ha habido algunos santos, pero en pequeño número, como San Efrén, San Juan Damasceno, San Bernardo, San Bernardino de Siena, San Buenaventura, San Francisco de Sales, etc., que han pasado por este dulce camino para ir a Jesucristo [...], pero los otros santos, que son el mayor número, aunque hayan te­nido todos devoción a la Santísima Vir­gen, no han entrado o han entrado muy poco en este camino; por esta razón han pasado por pruebas mas rudas".

MARÍA Y SUS DEVOTOS EN EL FIN DE LOS TIEMPOS

Con visión profética declara San Luis Mª: "Los más grandes santos, las almas más ricas en gracia y virtudes serán las más asiduas en rogar a la Santísima Vir­gen y en tenerla siempre presente [...] esto ocurrirá particularmente al final de los tiempos, porque el Altísimo con su santa Madre deben formarse grandes santos que sobrepujarán tanto en santi­dad a la mayoría de los otros santos, cuanto los cedros del Líbano a los ar­bustos". "Dios no ha hecho ni formado nunca sino una enemistad, pero irrecon­ciliable, que durará y aumentará hasta el fin: es entre María, su digna Madre, y el diablo: entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y secua­ces de Lucifer [...] el poder de María sobre los diablos brillará especialmente en los últimos tiempos."

"Dios quiere que su Santa Madre sea al presente más conocida, más amada, más honrada que nunca, lo que sucede­rá sin duda, si los predestinados entran, con la luz y la gracia del Espíritu Santo, en la práctica interior y perfecta que yo les descubriré en lo que sigue."

"Esas grandes almas [...] serán sin­gularmente devotas de la Santísima Vir­gen, esclarecidas por su luz, nutridas con su leche, sostenidas por su brazo y guar­dadas bajo su protección, de suerte que combatirán con una mano y edificarán con la otra." La devoción a la Santísima Virgen es más necesaria en estos últi­mos tiempos: "Como Ella es la aurora que precede y descubre el Sol de justicia, que es Jesucristo, debe ser conocida y percibida, a fin de que Jesucristo lo sea".

A CONSAGRACIÓN SOLEMNE SEGÚN EL MÉTODO DE SAN LUIS, COROLARIO DE LA DEVOCIÓN SECRETA QUE ENSEÑA

Todo lo que San Luis expresa en su Tratado tiene como corolario una fór­mula concreta para llevarlo a la prácti­ca. La devoción secreta que enseña culmina en este método. Y recomienda muy vivamente renovar cada año esta consagración. No es otra, en el fondo y según explica San Luis Mª, que la reno­vación de los votos y promesas del bau­tismo, y siendo la santísima Virgen la enemiga por antonomasia del demonio, Ella mejor que nadie nos conduce a la fidelidad a estas promesas. "Consistien­do toda nuestra perfección en ser con­formes y estar unidos y consagrados a Jesucristo, la más perfecta de todas las devociones es, sin dificultad, aquella que nos conforme, una y consagre más per­fectamente a Jesucristo, se sigue de ello que, de todas las devociones, la que más consagra y conforma un alma a Nues­tro Señor es la Devoción a la Santísima Virgen, su Madre, y que cuanto más un alma está consagrada a María tanto más lo estará a Jesucristo; por esta razón la perfecta consagración a Jesucristo no es otra cosa que una perfecta y entera consagración de sí mismo a la Santísi­ma Virgen, que es la devoción que yo enseño; o, dicho de otro modo, una per­fecta renovación de los votos y prome­sas del Bautismo. [...] se sigue de ello que uno se consagra al mismo tiempo a la Santísima Virgen y a Jesucristo; a la Santísima Virgen como al medio más perfecto que Jesucristo ha elegido para unirse a nosotros y nosotros a Él."

El método de consagración consiste en una preparación gradual del alma a través de varias oraciones durante un período de poco más de un mes, dividi­do en etapas, para culminar en la so­lemne oración consagratoria (también el santo recomienda el uso de alguna ca­denilla bendecida especialmente para la ocasión como señal perdurable de la esclavitud mariana). Cada etapa tendrá un "objetivo" espiritual distinto, que va en ascenso, siempre encaminado al per­fecto conocimiento de Nuestro Señor a través de María. Se comenzará la con­sagración rezando durante doce días preliminares, a fin de vaciarse del espí­ritu del mundo, el Veni Creator Spíritus y el Ave Maris Stella. La primera se­mana, empleada en adquirir el conoci­miento de sí mismo, se rezarán cada día las Letanías del Espíritu Santo, el Ave Maris Stella, las Letanías de la Santísi­ma Virgen. La segunda semana, em­pleada en adquirir el conocimiento de la Santísima Virgen, se rezarán las Leta­nías del Espíritu Santo, el Ave Maris Stella, un Rosario o al menos una Coro­na. La tercera semana, empleada en ad­quirir el conocimiento de Nuestro Se­ñor Jesucristo, se rezarán las Letanías del Espíritu Santo, el Ave Maris Stella, una Oración de San Agustín (en el mis­ mo Tratado), Letanías del Santísimo Nombre de Jesús, Letanías del Sacra­tísimo Corazón de Jesús, y, finalmente, se hará la solemne Consagración de sí mismo a Jesucristo, la Sabiduría En­carnada, por las manos de María.

Decimos, al terminar, con el Santo: Todavía no se ha alabado, exaltado, honrado, amado y servido bastante a María.

Revista Tradición Católica Nº 196, Noviembre-Diciembre 2004

 
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